El dolor es una de las objeciones más comunes contra la existencia de un Dios bueno y omnipotente. Si Dios es amor, ¿por qué permite el sufrimiento? Si es todopoderoso, ¿por qué no lo impide? El mismo Epicuro (341 a. C. - 271 a. C) llegó a la conclusión de que sus dioses no debían ser muy buenos si, pese a su gran poder, no se habían molestado en remediar nuestras calamidades.
Para nosotros, cristianos de bien, la solución teórica a esta gran pregunta está integrada en nuestro ADN, ya que sobre ella se desarrolla una parte fundamental y distintiva de nuestra teología. En palabras de San Pedro:
“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.”
1 Pedro 4:12-13
Sin embargo, para muchos, el argumento de un dolor que nos acerca a Dios no logra dar respuesta al dilema epicúreo, pues aparentemente se limita a justificar un “Por qué” dentro de un escenario en el que el sufrimiento funciona de una manera determinada, pero… ¿Acaso un Dios todopoderoso no podría haber creado un hombre perfectamente libre y a la vez ajeno al dolor? Es decir, un hombre capaz de alcanzar los mismos bienes que conseguimos mediante el sufrimiento, pero sin ese sufrimiento. Después de todo, Dios lo puede todo.
En el libro El problema del dolor, C.S. Lewis trata de descifrar cuál puede ser el significado de esta complicada conjunción entre el amor y el dolor. Ya desde el principio nos advierte de los problemas que se desprenden a la hora de hablar de lo que Dios puede o no puede hacer. Por ejemplo, ¿podría Dios crear un círculo cuadrado o un triángulo de dos lados? probablemente no, pero no por una limitación de sus capacidades, si no más bien por una extralimitiación de nuestro uso del lenguaje. La posibilidad de que podamos formular frases sin sentido no implica que estemos apelando a una lógica sobrenatural capaz de desafiar a Dios. Las ideas de una libertad sin rechazo, de una redención sin sufrimiento o de un amor sin entrega, no están exentas de entrar en esta clase de conjuros.
Una vez asentadas las bases de la lógica, Lewis se enfrenta a los distintos retos que presenta el dolor en la compleja relación que existe entre el hombre y Dios. Una relación marcada por el pecado original, y que solo puede ser restaurada a través del sacrificio.
La experiencia del dolor sacude y transforma nuestras vidas completamente y, como bien nos indica el autor de este libro, si bien podemos encontrar respuestas entre sus páginas, no siempre resulta igual de fácil darle sentido a quien lo padece.
“Nunca he sido tan necio como para considerarme capacitado para la alta tarea de enseñar fortaleza y paciencia. Nada tengo que ofrecer a mis lectores, pues, sino mi convicción de que, cuando llega el momento de sufrir el dolor, ayuda más un poco de valor que un conocimiento abundante; algo de compasión humana más que un gran valor; y la más leve tintura de amor de Dios más que ninguna otra cosa.”
C.S. Lewis
A veces el dolor puede ser profundo, aparentemente irremediable, el final de todo. Lo más difícil no es entender su lógica cuando uno piensa, sino ser capaz de ver qué significa cuando uno sufre. Se presenta como una puerta donde todo termina, pero no podemos olvidar que se trata de una entrada, el incio de un profundo viaje, una peregrinación donde el destino, el camino y el acompañamiento llevan el mismo nombre: Dios.